Una fotografía

Siéntate allí, al borde de la cama. Quítate el pantalón y permíteme quitarte esa blusa incómoda, no se te olvide ese brazier blanco. Si quieres dejarte puestos los cucos, no habrá discusión. Yo prefiriría prescindir de ellos, no hacen juego con el teatro que vengo a crearte. Dame la espalda y no dejes que la verguenza te la encorbe. Así, qué bien. Eres preciosa. En fotos te habrás visto, pero jamás con mis embriagados ojos. La línea que conforma la espalda con tus caderas, tu cuello y tu pelo, es más tropical que la ecuatorial. Hazte la que no existo, que mis palabras caigan sobre tí como rocío. No voltees a mirarte, déjate llevar por la tragedia de la escultura. Tu piel se endurece sin perder vitalidad, brilla y permanece húmeda aunque cera sea ya. ¿Cómo olerán mis cobijas debajo de ti? Tan cómodo me sentiría debajo de tí. Pero no es tiempo para movimientos. El tiempo desapareció. Tu imagen debo registrar, tu escultura mística tengo que manipular !No, no, no, no hagas trampa¡ No volteés, quédate quieta ya. Respiras y suspiras. Tiemblas cuando mi aliento te unta de mi vitalidad. Sí, yo sé, te hará cosquillas. Piénsate obra de arte, anímate a perderte siendo pieza sólida de transcendencia. Mis labios rozan la húmeda cera de tus caderas. Diminutas y traviesas termitas bailan alrededor de tu fuego, encima de mis cobijas, allí mismo, sí, debajo de tí. No te muevas; aguanta mujer, atrás quedaron tus caderas y la fila interminable de mi lengua va pintándote leguas y estrellas para navegarte durante toda la eternidad. Sí, sólo eso te permito, quítate el pelo de la espalda, cubre tus senos con él y déjame saber a qué huele tu cuello, qué sabor tiene tu piel !Qué no te muevas¡ !Quédate quieta¡

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