El Quedado

Presentación, algo íntima.
Me han dicho perezoso, mamerto, pueril, aburrido y enchonchado. Varios se me han emputado cuando luego de fumarme un bareto quedo pasmado en el devenir del pensamiento. Que si voy, que si no voy, que si pienso esto, que por qué no aquello, que por qué fumo. La verdad, la sobriedad en este país a veces me es insoportable. Ayer me quedé en la casa y la pasé bien: vi un interesante documental en National Geographic y alcancé a conciliar el sueño mientras exhibían los paisajes hermosos colgados en la casa en Miami del cubano Luis Posada, ex agente de la cia pedido en extradición por Cuba y Venezuela acusando terrorismo. Me desperté fogoso y busqué algún video en Internet, luego me masturbé. Unos minutos de silencio perfecto, parecía que por fin estaba en paz conmigo mismo. La dicha sólo me duro unos minutos así que me dispuse a terminar de leer el libro que había empezado la noche anterior. Soñé todo el día con una frase de Jalíl Gibrán: “El manantial oculto de vuestras almas debe brotar y rodar, cantando, hacia al mar”.
A pesar de ese inicio tan cargado de juicios sobre mi mismo, me pienso alegre y contemplativo. Recuerdo mi infancia en el colegio lleno de episodios sentado en las largas bancas de alguna de las decenas de iglesias que tenía, el sacerdote diciendo: “tomad y comed todos de él porque este es mi cuerpo que será entregado por vosotros…” y yo cagado de la risa con mis compañero de silla. Ignacio de Loyola aparecía en todos los muros de primaria y durante trece años asistí anualmente a Encuentros con Cristo que, además de paseos sabrosísimos con mis amigos, constituyeron mis primeras frustraciones teológicas. Voy transitando alguna linda calle bogotana y se me vienen a la mente fragmentos de una de esas canciones que tan juicioso recitaba en la eucaristía o en las izadas de bandera.
Una sonrisa puede más que un grito
Puede mas que todo
si te sientes triste
si te sientes solo
busca una sonrisa
que te hará feliz
Y lo peor es que canturreo sonriente siempre que la recuerdo. Crecer en este país te hace pensar violentamente, así que mis amigos y compañeros -porque todos éramos hombres- inocentes y absolutamente creativos trasgredimos gustosos la aleccionadora canción.
Una patada puede más que un puño
Puede más que todo
si tienes triste
si tienes solo
busca una patada
que te hará feliz
He sonreído hasta en los peores momentos. Aquella canción me volvió cínico. Aún así soy reconocido por ser un tipo amable, inteligente y pintoso. Mi crecimiento acompañado del PPI –Paradigma Pedagógico Ignaciano- no sólo lo recuerdo por aprendizajes para desaprender. Me hizo sumamente compasivo y sensible al dolor del otro, pero poco o nada se habló sobre la creación como acto humano, de cultivar mi energía vital en el mundo. Sé mirar con compasión, decir algunas palabras de alivio y sonreír, pero me es sumamente complicado imaginarme un programa complejo, eficiente y productivo que de frente a alguna situación social. Me enseñaron a pensar y poco sé de actuar. Ahora comprendo que antes de construir mundo con los otros tengo que interpelarme a mí mismo, desarticular ese otro que aún se establece como figura de autoridad, vergüenza y pudor.
En el colegio me recuerdan por buena gente. No tenía enemigos, ¡suficiente con mis amigos! pensaba, ya que los más cercanos fueron quienes se burlaron de mí. Comprendí desde muy temprano la fascinación por el fantaseo, imagino que por ser hijo único resultó tan excesiva. Tampoco soy solitario, nada más alejado de la verdad. Callejero y con mucho amigos siempre recorrí las calles de mis barrios de infancia y adolescencia. Pocas veces fui violento. El primer puño que me atreví a dar fue lentísimo y de pura curiosidad. Años mas tarde me dieron un cobarde traque en la oreja, a mis espaldas, meses después me levantaron de una depresión alcohólica con un rodillazo en la frente, -un amigo del cobarde que me dio por la espalda- y luego deje de abrir la boca para decir sólo sandeces y provocar golpes. Odiar me es imposible, ahora recuerdo a Basil el sensible artista diciéndole a Harry, su amigo irreverente y hedonista: no entiendes lo que es la amistad (…) ni tampoco la enemistad (…). Te gusta todo el mundo; es decir, todo el mundo te es indiferente. Sólo hasta ahora empiezo a conectar la dimensión emotiva de mi vida con la racional y cada vez que me acerco más a la fusión, la moderna dicotomía se me hace más vulgar. Leí a Sabato a puertas de su muerte, reflexionando sobre su vida, hablándonos a los jovencitos desesperanzados y decía en Antes del Fin: “Escindido el pensamiento mágico y el pensamiento lógico, el hombre quedó exiliado de su unidad primigenia; se quebró para siempre la armonía entre el hombre consigo mismo y con el cosmos” qué sentencia tan fatalista pero tan cierta…
Vengo a contarles la historia del quedado, aquí les va, no se encontrarán con un cuento. Es sólo la expiación de un personaje incómodo en su desdeñada comodidad privilegiada, la confesión de un ateo que empieza a reconocer su espiritualidad, los deseos de un hombre que empieza a reconocer la necesidad de crecer manifestándose.
Desde afuera: la invitación golpeada.
Aquélla mañana llovía despacio, presagiando una normalidad sospechosa y una tediosa cotidianidad. Las gotas golpeaban incesantes la ventana de su cuarto, las cobijas se le hacían cada vez mas tibias y parecían pegársele a la piel con extrema dulzura. Luego de abrir por primera vez los ojos y hacer consciente el día que venía por delante, prefirió estirarse con rudeza, exhaló un breve grito de comodidad y enrolló todo su cuerpo en posición fetal. Quería dormir unos minutos más. El arrullador golpeteo de las pequeñas gotas contra el vidrio continuaba. De pronto, apartó con desdén las cobijas de su cuerpo empujándolas al piso con sus piernas. Se levantó lentamente para quedarse sentado sobre el borde de su cama un rato más. La cabeza agachada y los brazos sostenidos sobre sus muslos invitaban a pensar en una meditación mañanera. Mentira, simplemente seguía adormilado. Un suspiro profundo que sonó a quejido se escuchó en el oscuro cuarto aquella mañana de aquél típico día a las siete de la mañana. Se levantó con ímpetu pensando que no podía seguir despertándose todas las mañanas con semejante pereza tan aburridora. Tres pasos nomás necesitó para cruzar la puerta de su habitación y llegar al baño. La camiseta cayó al suelo del baño y los ojos que miraban el espejo desconocieron a la persona que aparecía en el reflejo. De pronto sonrió, abrió la boca e hizo muecas ridículas mientras sacaba la lengua y saltaba. Se quitó los boxers y acto seguido se trepó encima del sanitario para verse de cuerpo entero, de frente, de perfil, los brazos, el estómago, el pecho, el pene, las piernas y todo ese mundo de lugares con los que convivimos y, a veces, aún nos parecen tan desconocidos. Segundos antes de treparse al sanitario había abierto la llave del agua caliente para que fuera calentándose mientras se observaba con minuciosidad. Cuando el vapor de agua empezaba a nublar el reflejo del espejo, se aseguró de la temperatura del agua con la mano derecha. Entró sin esperar, contento porque recomenzaba el imperdible ritual de purificación. El agua caía a chorros en su cabeza, escapándose por el cuello y la espalda, caminando rápidamente en su pecho y su estómago. ¿Qué serían de las mañanas sin agua? Sencillamente no podría levantarse del letargo en el que se mantenía. De pronto un domingo decidía no bañarse, pero nunca podía perderse de la vitalidad que el baño le imprimía a un día de rutina. Eso sí, fueron necesarios unos segundos de agua fría para armonizar el cuerpo con la rutina que se venía.
Vistiéndose con facilidad, dudando sólo en qué chaqueta ponerse pues debía pensarlo bien para protegerse del frío y del muy posible aguacero que caería si ese gris cielo no se abría para mostrarse azul e iluminado, salió de su habitación. Cepillados los dientes y acicalada la figura vanidosa que reflejaba el espejo, preparó su mochila moderna de algodón negro en el que guardaba una pequeña libreta donde apuntaba pensamientos, ideas, angustias y alguna impresión, y un par de libros para leer en los momentos que no los ocupa cumpliendo responsabilidades. En el bolsillo interior de su chaqueta impermeable guardó el celular con múltiples funciones, entre ellas el imprescindible radio fm y el reproductor de mp3 con 68 canciones que días antes había escogido pacientemente. Había cerrado la puerta del apartamento donde vivía con sus padres cuando recordó que olvidaba el pequeño paraguas. Entró de nuevo y lo guardó apresuradamente en el maletín junto con una botella de plástico que llenó con agua de la llave. Vestido de jeans, tenis de tres rayitas, chaqueta negra y saco de capota gris por debajo de ésta, bajó las escaleras hábilmente y corrió para salir del conjunto residencial de clase media. Saludó amablemente al celador que cuidaba la portería y apresurado se desplazó hasta la calle donde todos los días espera el bus alimentador que lo lleva a sus posibles destinos.
Se acercó al vendedor ambulante que, sin excepción, se establece en el mismo punto de lunes a viernes. Esta vez no era el joven quien atendía los clientes sino el viejo, el padre del muchacho, que con cordialidad le regaló el acostumbrado “buenos días joven” y sin preguntar siquiera, le ofreció la caja abierta de cigarrillos Mustang. Agarró con cuidado uno de los cigarrillos y buscó los imprescindibles Sparkies para neutralizar el molesto saborcito de la nicotina y el alquitrán. Mientras con una mano recibía el encendedor, con la otra le daba un par de monedas de 200 pesos al chacero. Prendido el cigarrillo se dispuso a observar a la gente que lo rodeaba. El elegante ejecutivo con su hermosa novia morena reían refinados, la gorda madre con la marca del tiempo en su rostro sostenía con fuerza la pequeña mano de su hija vestida de uniforme colegial. Aquél viejo decrepito y pobre, sentado en el piso, que sostenía el mismo letrero que hace años exhibe sin decir una palabra y lo certifica como desplazado de la violencia en el Urabá, robaba su atención, cuando al lado de las palabras escritas con un marcador que ya pronto iba a quedarse sin tinta, aparecieron unas botas altas de cuero color vinotinto. Subió con lentitud la mirada y se encontró con unos legings morados que cubrían unas piernas esbeltas, largas, hermosas. Apareció luego una falda de rayas negras, una chaqueta de cuero que caía en la cintura, un cuello largo y fino, una boca roja con una tenue sonrisa, la nariz de cortes lisos no desentonaba con los ojos cafés profundos y el pelo negro, rizado y largo que cubría sus orejas completaba la ilusión de saber su nombre y quitarle en un santiamén todo esa ropa tan bonita que le estorbaba. Era preciosa y sus ojos contenían algún secreto que pronto él empezaba a suponer.
En la radio Julio Sánchez Cristo coqueteaba con la periodista española de voz erótica. Hace unos segundos habían acribillado con preguntas mal formuladas a uno de los generales destituidos del glorioso ejército colombiano y las palabras halagadoras que el distinguidísimo periodista dirigía a la joven mujer española de insospechada belleza, suscitaban en él millones de piropos para la jovencita que no podía dejar de mirar. Ella comenzaba a incomodarse con el incansable observador que llevaba en sus oídos un par de audífonos, y aún así, se acariciaba el pelo con sus manos y marcaba el son de la canción que cantaba en su mente con su pie izquierdo.
La calle estaba infestada de autos y buses. El ruido, normal para aquellos que permanecían inmóviles, mirando la calle y pensando en quién sabe qué, era realmente ensordecedor. El bus verde paró frente a la línea amarilla pintada en el andén que demarca su parada, y él se subió al bus por la puerta por la que ella no entró. No sabemos con exactitud quién preparó en segundos la manera de quedar junto a ella, si fue él, si fue el destino o el oportuno azar el que preparó la insospechada cercanía. A pesar de las dudas quedaron juntos, codo con codo, hombro con hombro. Ella olía delicioso, y él, expeliendo olor a cenicero, tembloroso y connmovido por su suerte, buscó en su bolsillo el paquetito de Sparkies.
Ambos hicieron la misma fila para comprar la tarjeta. El permanecía en silencio inventándose millones de posibles conversaciones. Tanto ensueño le impedía abrir la boca para preguntarle por lo menos su nombre. Decidió seguirla en el instante que su mente se la imaginaba cantándole al oído versos y leyendo algún buen libro juntos. Les resultaba difícil no mirarse, él con intensidad desbordada y ella aún con curiosidad inocente. Iban en la ruta de la jota, cruzarían toda la Autopista, luego la avenida Caracas y subirían por el Eje Ambiental. La mujer se divertía mirando las casas y los edificios pasar y se olvidaba del curioso hombre que cada vez que volteaba a mirarlo siempre descubría contemplándola.
El bus articulado se detuvo en la estación de la 39 y ambos, el detrás de ella por supuesto, a empujones fueron limpiando el camino de las vacas para poder bajarse del corral. Ella apuraba el paso, sintiendo que algo ya andaba mal con aquél joven que la seguía. Las sutiles goticas de sudor que emergían de la frente delataban el tormento que el joven soportaba en su mente. Le costaba abrir la boca, tocarle el hombro, decirle alguna cosa, cualquier estupidez estaría bien. Caminaron dos cuadras hacia los cerros, ella dobló a la esquina y de frente se encontró con un sonriente hombre. Mientras observaba al extraño besándose con la chica del transmilenio, el quedado compraba otro Mustang al vendedor de la esquina. Se lamentaba pero una sonrisa cínica le iluminaba el rostro porque ella que aún podía verlo de frente, se besaba con los ojos abiertos observando al extraño que la había seguido.
La pareja caminó por esa misma cuadra y doblaron a la derecha, hacia la séptima, perdiéndose detrás de la llovizna que no cesaba. Despacio iba el quedado pensando en su pesadez, en la cobardía empedrada que aún lleva amarrada a su cintura y convierte su andar en una hipérbole ridícula; como un pez que intenta nadar a pesar de la diablura de un niño que le amarró una roca impidiéndole la libertad de movimiento. Luego de un profundo plon se recostó en un pequeño muro de una linda casa que tenía a sus espaldas. Grande y blanca, trajinada por el tiempo pero de hermosos cortes, limpios, casi modernos, pero aún barrocos. Inventaba historias sobre la casa y la chica de las botas largas cuando vio en la puerta un letrero: Sólo para quedados. Con los ojos abiertos se acercó a la puerta cruzando la reja que estaba entreabierta. Sólo para quedados. Efectivamente eso decía el letrerito pegado con un chinche en la puerta de madera oscura. Se burló un instante de la situación, recordó a Harry Haller. ¡Patrañas! Debe ser esa chica y el novio que se burlan de mí, pensó. No iba esperar a que el momento Hesseiano se le perdiera entre las manos por quedado. Entró sin pensarlo y al instante el guardia que custodiaba la puerta le exigió detenerse. El joven idiota estaba ausente en la realidad y sin responder a la advertencia del guardia prosiguió su camino. Las paredes del pasillo principal se mostraban sucias, pintadas de color ocre de muy mal gusto, frente a él emergían unas escaleras viejas que subían a la planta superior y todo el lugar emergía iluminado por vulgares bombillos rojos. Pasaron frente a él dos mujeres con ligueros y peinados ridículos que le sonrieron con obligación. Pensó: ¡maldita sea! simplemente es un prostíbulo, y al instante le asentaron un golpe seco con un bate en la cabeza. Calló al piso inconsciente.
..........
Me desperté en una pequeña habitación y pude apreciar frente a mí una puerta que dejaba translucir una luz debajo de ella. Moribundo, con un dolor de cabeza que taladraba mi consciencia, iba viendo como entraban y salían personas. Unos me insultaban, otras me acariciaban, un viejo con alpargatas me dio de beber, una niña pequeña jugó a la pelota con mi estómago. El último entró desplazándose con pequeños pasos, a hurtadillas, y dando círculos alrededor de mi cuerpo iba pregonando rústicos versos.
Quédate, aquí a mi lado, por Dios.
No seas pecador, mi amigo, por Jesús.
Quédate, trabajando y trabajando, por la patria.
No grites, viejo amigo, que nos espantas.
Quédate, viendo las novelas, por seguridad.
No salgas, enemigo mío, que te matarán.
Quédate, calladito, sin chistar.
No sueñes, imbécil, que te hago matar.
Quédate, tumbado en el piso, sin respirar.
No te levantes, ríndete, que ya no hay tiempo para soñar.
El diálogo: la deconstrucción despiadada.
Sonreía cínico mirándome en el suelo. No paraba de repetir esos mal obrados versos, parecía disfrutar mi quietud. Seguía sin poder moverme y no lograba articular palabra alguna, ni siquiera un triple hijueputa pude pronunciar para callar al pregonero ese. Por fin se calló. Se arrodilló junto a mí y empezó a decirme…
Nunca es tarde para las cosas más importantes. Se aplazan las planificaciones hasta el borde de la locura, mientras te retuerces en la cama muerto de ignominia por tan abrumadora quietud. Cierras los ojos y piensas, te preguntas: ¿qué esperas? Solo silencios y blancos negros intentan iluminarte las sinapsis. Unos segundos después, el maldito programa de televisión te distrae por unos minutos mas de tu estúpida vida. Y te sientes distinto, vives pensando en el lugar perfecto para ocupar en la sociedad, uno que te permita flexibilidad con tu tiempo. La rutina laboral te dan ganas de vomitar y evalúas sin cuidado en cómo ocupar todo el puto día ¡No me voy a vender al sistema, prefiero ser un hippie drogadicto que buscar un trabajo en una empresa como parte del engranaje del consumo que acaba con el planeta! Sonríes, orgulloso de tu argumento, y entretanto, benévolo e inocente te preguntas: ¿cuántos pensarán cómo yo? El otro no ha podido salir de tu cabeza. El otro que te mide, que te juzga y te dice qué está bien y qué está mal. Esperas con ansias la aprobación de cualquiera y si no la hay, recurres a tu propia conciencia. Tu Conciencia. La mas burletera y mediocre de todas. Lees y lees libros y ni recuerdas el nombre de los personajes centrales. Lees pensando que no estás perdiendo el tiempo, lees pensando que al terminar de leer la última palabra de la última página serás un poco más sabio. Nada más idiota. Y sigues esperando la oportunidad perfecta, el plan imperdible. Conoces palabras exóticas y te piensas más inteligente que la gran mayoría oprimida. Cómo gozas ubicándote en las afueras de la vanguardia ideológica; todos tan dormidos y tú tan despierto. Todos tan engañados y tú has sido fiel y minucioso testigo de cómo los hilos del poder han ido tejiendo esta mal habida realidad. Todos menos tu y los tuyos siguen jugando a los trapecistas en el sistema. Y sabes bien, porque no eres inepto, que no estás completamente cómodo contigo mismo. Una virtud, pobre de ti si algún día lo estás. A pesar de tus asombrosas virtudes, te levantas las mañanas pesado e insostenible. Tu padre viene a pedirte un favor y mientras te da las instrucciones piensas: qué jartera… ¡Parce! la vida se te va a acabar entre sueños y deberes. Debo anteponer lo deseable en términos políticos en la sociedad a mis propios deseos. Debo evitar juzgar. Debo ser impecable con las palabras. Debo romper todas las reglas. Debo probarme –y no sales de tu casa-. Debo viajar y no has querido buscar trabajo. Debo escribir y sólo lo haces cuando lo que tienes adentro está que estalla.
Aunque la economía vive del crédito y la deuda, de tanto deber vas a quedar seco, pobre y sin posibilidad de hacer. Hacer te pesa, hacer te gana. El hacer es un personaje, un sustantivo para ti, tiene cabeza y cuerpo, te empuja con los brazos y te da patadas constantes con sus piernas. Te insulta y se burla de ti. Y tú quieto. Se caga encima de ti. Y vos quieta. Te busca y te susurra luego al oído hermosos versos, y tu quieto lloras a solas. Te revuelcas en tu ineptitud, en tu lentitud. Y luego escoges las mejores palabras para justificar tu maldita actitud sosa y latinoamericana ¡El mundo de afanes, todo es medido en términos de productividad, rentabilidad y eficiencia, aquí limpiamos el piso con la dimensión social y espiritual, la reflexión se nos refundió y la posibilidad del ocio de donde nació la filosofía es un privilegio hoy, por eso voy lento, pero seguro, voy construyendo una micropolítica de resistencia al sistema imperante! Te regocijas y la gente te cree. Tus amigos te admiran y cuando más lúcido te encuentras –o simplemente en el peor de tus días- te preguntas por qué. Caes en el maldito abismo de la autocrítica sin razón, sin salida y sin dinamita. No soy, no soy, no soy, te repites una y otra vez. Te golpeas, incluso te laceras, como un sacerdote de las líneas más radicales del cristianismo. Cargas con el lastre de la colonia y la evangelización. Has sido colonizado en el peor de los lugares que alguien puede llegar a serlo: la mente. Y lees Nietszche y te dan escalofríos cuando escuchas Stranvinsky. Pero sigues cayendo y cayendo en la indómita faena del quedado.
¿Qué es la razón para el quedado, para ti y para todos tus iguales? Meras justificaciones, redondas estupideces, hipérboles artísticas pero genialmente irreales. Y vas de una cosa a la otra, saltas sin orden, construyes cambiando el cincel por un pedazo de madera y el martillo por tu puño, y así cada intento de transformar la pared es doloroso. Todo está mal menos tu. Te han domesticado clasificándote el mundo, enjuiciando todo lo que te rodea y no has sido capaz de cuestionarte a ti mismo, el sujeto que construye, el que percibe, el cognoscente, el que cree. La razón para el quedado es como la justicia en Colombia, sólo justifica, sólo te justifica tu decadencia y reafirma tu imposibilidad de emprender proyectos. Eres tan racional, tan animal, tan moderno, tan atrasado, tan normal, tan simple, tan tibio. Me produces lástima. Te regalo esta cita de León Felipe mi querido amigo: “ya no quedan locos, se murió aquel manchego, aquél estrafalario fantasma en el desierto. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo”.
Desde adentro: la cálida transformación.
No pienso, sólo estoy. Disfruto el momento como un animal y llevo el carpe diem hasta sus últimas consecuencias. Tan lejos llega mi máxima que se me convirtió en condena, fíjense bien. Además de reconocerme absolutamente hedonista, puedo contar con una sola mano otras características que asumo como propias y me siguen sobrando dedos. Soy marea y hay poetas que quisieran serlo. A mi no me interesa ir y venir ya, por eso soy el quedado. La vida para mi es puro sabor, literatura y música, pero no soy chef, ni escritor, ni músico ¿ya empiezan a seguirme? Los deseos en mi abundan y lo permanente me es resbaloso y aún así me siento quedado. Lo quietud es mi permanencia, mi destino azaroso y contingente. Predico que todos debemos tratarnos como iguales asumiéndonos distintos pero ante mi mismo soy menos que los demás. Entre el recelo admiro a mis mejores amigos y cuando quiero sentar posición las palabras se me escapan buscando la mejor.
No quiero presentarme como un sujeto sin rumbo que pide a gritos una mano amiga o la ayuda experta de la psicología. Lo que quiero es presentarles un mal que me aqueja, una maleza que ha echado profundas, pero no determinantes raíces en mi devenir. Un asunto, de pronto contingente, pero tan peligroso que me es imposible seguir dejar creciendo. Quisiera que se encuentren a ustedes mismos a través de mi introspección y que juntos saquemos a patadas a ese personaje cómodo e improductivo que ha ido colándose con elocuencia en las clases con privilegios sociales de la juventud colombiana. Vivo soñando con utopías, vivo planteándome retos y estableciendo posibilidades para consumir mis deseos en este teatro que es la vida y, sin embargo, algo tenebroso continua impidiendo su construcción. En principio, creí que era un asunto propio del ciclo vital, era joven y rebelde, todo ante mis ojos exhibía crueles contradicciones que desbarataban cualquier sentido. Luego, cuando los propios sentidos y mi ética emergieron inquebrantables, mi reflexión se profundizó. Alguna vez sentí que los mecanismos que la sociedad ofrece para ser quien quiero ser y hacer lo que para mi es vital escaseaban y aseguraba que su eficaz funcionamiento procedía sólo como un privilegio de pocos. Luego tuve que compararme y me aparte gustoso un lugar propio en el espacio del privilegio. Ahora privilegiado, el peso de la responsabilidad se asentó sobre mí y la reflexión logró disipar un poco la niebla de mi existencia.
La idea de las infinitas posibilidades se abrió paso a tropezones para pararse frente a mi, desnuda, dispuesta, como una prostituta. Y empecé a gozar soñando, sin embargo, en ese punto de mi vida, ya había tomado algunas decisiones a las que debía dar frente. El tiempo parece seguirme, sin descanso, y la brevedad de los días me enferma. Me acuesto muchas veces satisfecho y feliz por lo realizado en el día. Pero me levanto triste. No es una simple depresión, más bien empieza a aflorar una conciencia del tiempo en el que vivo. Los privilegios de mi condición social me han permitido conocer un mundo que no hubiera podido imaginarme sin el Messenger y el internet. Y tengo pegadas en el closét un par de hojitas de un libro que me cachetea siempre que lo leo: los negroides. Qué paradoja tan hijueputa. Me levanto todos los días y la misma frase que ya me sé de memoria: Vanidad significa carencia de sustancia, apariencia vacía. Hay que ser fuente de vida, regar de tu subjetividad auténtica el mundo, consumirte en el teatro de la vida, cómica y trágica. Y sí, así lo he hecho, pero esta pelea contra la quietud me está agotando.
Quietud, permanencia, sinsentido, vacío, silencio, tranquilidad, impedimento, queja, petulancia, narcisismo. La lista de palabras que hacen juego con este personaje macabro que tengo que desbaratarme sería larga, pero quiero hacerlo claro y preciso esta vez. Claro y preciso porque soy sólo confusión y amor desmedido, callado y nunca contenido. Y quiero devolverme a este verbo del deseo: quiero. Querer es el verbo del auténtico ser, del hombre superándose así mismo. Desde ahora me voy permitir disentir, a desistir de ciertos inventos sociales que no quiero tragar más, a decirte a ti que inútil me pareces o a ti que vanidosa me resultas, pero no te voy a negar ni mucho menos descuartizar. Quiero escribir prosa latinoamericana que supere la inferioridad del dominado, del subversivo y del buen pastor. Quiero que el mundo empiece a conocerme con estas palabras, mis palabras más íntimas y más elocuentes. Quiero inventarme metáforas sencillas y prescindir de tanto adorno romanticón que no puedo evitar siempre que me siento a escribir. Si, quiero escribir, porque el lenguaje se hizo pa’ soñar lo impensable y qué mas imposible que este país en el que vivo. Destruirse y volverse a crear es el fin existencial del lenguaje, no su razón de ser.
El mundo de la imaginación no germina en el presente si no se expresa. Tengo una teoría: la quietud emerge cuando el deber y el fantaseo se hacen inseparables ¿Cómo hacer si debo hacer tanto? ¿Cómo moverme si me la paso fantaseando? Las decisiones se me convierten en encrucijadas estúpidas cuando convierto en tragedia las múltiples posibilidades y así trágicas las decisiones se me vuelven maniqueas. ¿Notan la incongruencia? Vuelvo otra vez: las múltiples posibilidades se me vuelven maniqueas. En negro y blanco sigo viendo el mundo, trágico y lindo, hasta romántico y sumando lo silencioso que soy, me siento viviendo en una película del cine mudo. Añado un detalle a mi vida muda y en blanco y negro cuando converso conmigo mismo, en aquél cine, cuando las imágenes eran insuficientes y se hacía necesario el diálogo, aparecía un telón negro con frases indicando que un personaje hablaba, en mi caso, siempre hay diálogo conmigo mismo pero mudo ante el espectador. Un diálogo despiadado que en este caso podríamos compararlo con un juicio donde el amigo juez de la quietud convierte en lista insaciable mis autoreproches. Los escenarios sociales se construyen y se reinventan a través del uso del lenguaje, imaginémonos qué construcción de sí mismos mantenemos en un diálogo privado y narciso repleto de autoreproches y juicios que el escenario social donde nacimos nos impuso con demasía. El quedado es en sí mismo un juicio que de tanto uso se me transformó en un rol autodeterminante e incómodo.
El que introdujo este exorcismo insinuó una moderna dicotomía que podría fundamentar la actitud quedada: razón y emoción. El pirobo que me las cantó de frente me asentó unas puñaladas con una breve crítica a mi razón y mis íntimas formas de depurarla y hacerla efectiva. Y ahora este hombre desnudo que les responde, aquél que intenta componer el malestar recogiendo las piezas sólo con el intento de ponerle por fin un posible orden, o mejor, conseguir por fin un nuevo des-orden, asume la moderna dicotomía como el motor discursivo de la reprochadera, la leña que hace funcionar el viejo tren de vapor que exhala reproches y absoluta quietud. Así que me iré de frente porque esta argumentación se derrama luego de la masturbación tanática a la que el quedado me sometía. Y perdónenme de una vez porque he intentado no extrapolar esta introspección íntima a los asuntos políticos, pero ¿qué mas da? La subjetividad colombiana no puede prescindir de la política porque aún el conflicto social nos impide poder-comenzar, tanto a las víctimas y los victimarios como a los espectadores. El que este libre de pecado que lance la primera piedra decía algún Jesús, ahora esas palabras son mías porque quiero involucrarlos a todos en esta sarta de miseria e injusticia en la que vivimos y los involucro porque este mundo jamás podrá ser comprendido en líneas y separaciones -como nos han hecho pensar-, por el contrario, es cíclico y vinculado, simbiótico, curiosamente complejo. Lo que le ocurre hoy al mundo no es interés de sólo algunos pueblos, ni gobiernos, nos interesa a todos como humanidad. Lamento repetirles que no hay método para quedar libre de pecado, no hay confesión que valga para expiar culpas ni libertad ni ningún derecho que soporte el encapsulamiento viciado de miedo y sometimiento. Nos soplan, a los privilegiados quedados y meditabundos, pomposas cápsulas que nos sujetan a la triste realidad del quedado, de la imposibilidad, del intento fallido, del fatalismo aprendido. Pero no quiero despertarlos, hoy sólo yo represento mi más íntimo interés, hace tiempo olvidé la responsabilidad sobre el acontecer social como una obligación política para recordarla como una decisión subjetiva. Despertar consciencias, no hay máxima más moderna; la oscuridad de la edad media iluminada por la razón.
Lo que quiero gritarles en las caras es la imposibilidad de pensarse ajeno a la responsabilidad de la segregación, de la negación eterna del otro, de la diferencia, de los distintos. De este mundo calientico que ahora no sólo llora, también berrea mientras asume su inminente fin, fin natural, cíclico e incluso necesario, pero apresurado gracias a esos inteligentes y enfermos inquilinos con lóbulo frontal y dedo oponible. El planeta es compasivo si lo pensamos bien, no todos los días berrea y ¡tantas razones habrían para que nos lloviera llorando todos los días! De pronto si ostentamos buena memoria el cielo nos lloraría siempre para ir llenando un poquito los paramos que se nos secan, eso sí, luego no lloremos sorprendidos cuando la lluvia que nos empapa sea venosa también.
La muerte me rodea, los cadáveres mutilados me siguen en las noches y recorren el caudal del Magdalena y el Cauca. Moto sierras me retumban los tímpanos haciendo sinfonía con el hambre rodeada de exuberancia vegetal. Incertidumbre, dolor, pesadez. Noticias, Messenger, periódicos. Mingas indígenas, caen pirámides de inversiones, un afro en la presidencia de la roma posmoderna, legislación para la protección de los derechos de las víctimas macheteado por el gobierno, versiones libres en silencio desde la extradición, farándula ¿nos olemos un tubito? Mejor fumémonos un calillo, démonos besos y tus piernas abiertas. ¿Para donde voy? Mentiras y opiniones creadas ¿de qué me aferro? Me voy a volver comunista… ¿pal monte de una vez? Amo la vida, no podría jalar el gatillo, y ¿qué tal ser empresario? Una empresita de servicios variados que se llame “Narcoparaguerrillos Ltda” con sucursales en El Salado, San José de Apartadó, Medellín, Mapiripan, Concordia, Cali, Bogotá y Bojayá, en todas partes, soberano en todo el territorio, de guardespaldas mi patriótico ejército, todos ustedes idiotas colombianos mis clientes viaipi y abogados de mis productivos negocios nuestra clase política ¿qué les parece ah? ¡Asegurado el éxito, asegurado mi futuro y pura utilidad! ¿Mejor de cura o qué? No me gustan los niños, los votos de humildad y castidad pueden empacármelos de una vez.
Incertidumbre, incertidumbre, incertidumbre ¿Habremos superado el existencialismo? ¿Qué me queda? La biología que me constituye y la magia que me pone a soñar, llámenlo como quiera, espíritu o logos, alma a psique, no me interesa el titulo. Sentirlos a ustedes, pensarlos, pensarte a ti, amarte. Las palabras. Mis palabras. La música y el arte. Mi salvación. Las letras y luego mis silencios. Esos cielos que en la tarde van oscureciéndose y aparece la inmensa bola amarilla detrás de los cerros, titilante y va subiendo trazando un recorrido único que la va aclarando, volviéndola blanca. Insuperable.
Y volviendo a verme en el espejo me desconozco ¿Quién es ese que no para de moverse? Mis ojos encandelillan, mi boca amarrada parece gritar, mi nariz… ni alcanzo a inventarme las palabras para fundirla en prosa. Fino de rasgo, sin arrugas. Casi inocente, casi joven. Y parece resbalarme la luz ¡Abrí esos ojos desconocidos que me gustas ahora, parece empujarte la duda, la reflexión y el misterio! “Hemos fracasado sobre los bancos de arena del racionalismo, demos un paso atrás y volvamos a tocar a la roca abrupta del misterio” te grita un tal Urs Von Balthasar. Te siento liviano, ni más feliz ni más triste. Decidido como la bola blanca que sube sagradamente cada mes a verternos encima luciérnagas de ilusión. Abriste camino por entre la bruma a hijueputazos, honestos y desnudos, todos contra ti, ahora tómate el tiempo siempre que vayas a hablarle a alguien, sin hijueputazos injustificados. Olvidémonos, todos ustedes que soy yo, que vienen y van, y hacen parte de mi, del ejercito de quedados patrióticos, violentos, leguleyos, neoliberales, hombres, comunistas, opositores, guerrilleros, paramilitares, mujeres, ancianos o adultos, negros, blancos o floripepiados, chinos, colombianos o gringos, terroristas, musulmanes, occidentales y orientales, norteños y sureños, latinos, emprendedores, vagos y dementes. Todos somos igual de quedados, arrastrándonos sin caminar ligeros por pesos que no escogimos, los aceptamos sin chistar y ahora al que se mueva lo enjuiciamos por anormal, criminal o terrorista y todas las derivaciones semánticas que se nos ocurran de más. Lo estático muere y lo mutable perdura afirmaba Heráclito ¡Movete pues si no querés morir como cualquier pendejo por ahí!
¿Y esa puerta de donde salió? Me enceguece esa luz tenue. Quiero moverme y algo me impide el movimiento. ¿Dónde estoy? Huele a humedad. Qué dolor de cabeza. ¿A quién pertenecerán aquellos pies? ¡Deje de dar vueltas que me marea maldita sea! ¿Y este cuerpo? ¿Es mío? Qué pesado. Dónde estará ese pirobo que quiero tanto ahora, sincero como pocos. Siento que algo extraño, siento que algo perdí que me ha hecho más liviano. ¡Ve! Mírame la mano, ya parece mía. A ver, movamos el índice ¡muy bien! ¿En serio qué paso? Déjate de pendejadas y movete pues. Este cuarto parece un motel. El piso es suave. No seas marica, estoy en una cama y ese espejo allá arriba. ¿Dónde estoy? ¿Me secuestraron o qué? ¿Me faltará un riñón? No estoy amarrado. Ahora recuerdo, el par de mujeres que me sonrieron y claro… qué golpe. Vámonos de aquí. Vamos a jugar, vamos a explorar, vamos a preguntar, a hablar y a gozar, vamos a crear y a seguir pensando lo impensable, lo insospechado, lo imposible. Vámonos de aquí.

Comentarios

Manuel Hernández ha dicho que…
¡Enhorabuena! Qué puño a las entrañas de los meditantes, de los sapos, de los adaptados e inhadaptados; a nuestras entrañas. Qué obra más sacrílega, rencorosa e inteligentemente bien puesta, como el mejor acto de terrorismo que se pueda cometer.
He visto el futuro y usted está ahí (la gran mayoría estará, sin estarlo).
Gracias por esa pieza de arte que se jaló. Qué hijueputada directa al cerebro, cortavenas, arrancagüevos.
Vallejo le enseñó una valiosa lección: escribir desde los testículos para uno, que se joda el resto.
Grande.
el pregonero ha dicho que…
realizada la expiación, ahora si a soñar y a crear. Gracias por sus empujones Manuel.
PakikoP ha dicho que…
pregonero...
parece que hubiera escrito para mi tesis. jajajajaj
...
sigamos escupiendo letras, palabras, frases, desconciertos, alegrias, sueños y fracasos, desahogos o ahogos... pero sigamos...
un abrazo..

Entradas populares de este blog

Apología a la ridícula dicotomía moral

Cursito de bolsillo para vivir mejor

¿Plan Nacional de Desarrollo?