La ballena escribiente

Siempre hemos discutido (digo hemos refiriéndome a la Humanidad) los motivos de la escritura. Mas todavía, millones de eruditos han hecho extensos discursos sobre famosos escritores tratando de descifrar el contexto social e histórico, los elementos personales y familiares que posibilitan un buen escritor. Tantos hemos supuesto influencias energéticas, divinas o demoníacas, a cada una de las mejores obras de la literatura. No contentos con los resultados de tan dispendiosa investigación, miles nos hemos permitido la experimentación literaria con la esperanza de comprender en carne propia el ejercicio íntimo que le corresponde a esta actividad de sumar letras, puntos, comas y exclamaciones al pensamiento y sus experiencias. Ya sin temor resuelvo que mi escritura es una confesión de mis amplias dificultades para hablar, sentir y pensar. También la confirmación de un temor profundo a la acción, y por lo tanto, a mí mismo. Escribo a pesar de mí mismo. Porque preferiría ser un orador a la vida, un agricultor de ideas y proyectos y no simplemente un comentarista espectador del devenir de los hombres y las mujeres. A veces, en esos días, cuando en la garganta se arma un nudo, los recuerdos enceguecen el siguiente paso y el arrepentimiento por tantas cobardías cometidas pesa, vuelo ligero en una nube de desconsuelo y desilusión y regresa la necesidad de mis letras. Alguna vez escribí orgulloso que no buscaba la ayuda experta de la psicología, ahora necesito alguna fábula que me permita vivir con sentido. Un gran amigo a quien admiro a pesar de su vanidad y la mía, escribió que el fenómeno fundamental de la existencia es definirse. Definirse. Definirse. Desde todos los flancos de la historia y la existencia, la humanidad ha coincidido en la importancia de la búsqueda de sí mismo. Sin embargo, ésta, mi búsqueda es esquiva cuando advierto la tormenta que se desataría. Suena como si guardara tantos secretos, como si hubiera vivido 24 años de espaldas al mundo. La definición de si mismo, dicen, es libertad en cuanto se asume una autonomía y la consiguiente responsabilidad sobre los propios actos. Para dar el primer paso me inventaré, no una fábula sobre la búsqueda de sí mismo sino un mito de definición.

La ballena, rey del océano, nadaba pacientemente sobre las aguas de su reino. Los tiburones braveaban al verla pasar porque jamás confiaron en su reinato de compasión. Los pequeños peces, presas habituales de los tiburones, felices le rendían honores con banquetes de plancton. Su reino era envidiable por la ausencia de conflictos y enfrentamientos, sin embargo, el reino cada vez se hacía mas pequeño de tantos peces y los grandes depredadores morían de hambre. Al terminar su recorrido fue donde el pulpo, el oráculo de su reino, a contarle un sueño en el cual su gran cuerpo era devorado por todos los peces. El pulpo salió de su cueva a buscar un artefacto que prometía una respuesta para el sueño de su rey, cuando regresó lo acompañaban los tiburones que solemnemente le dijeron: tu sacrificio retornará el equilibrio y tu honor se preservará junto a tus inmensos restos en el fondo del océano.

Comentarios

www.fluidoabsurdo.blogspot.com ha dicho que…
Muy bueno...

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