Cursito de bolsillo para vivir mejor

Me levanté ese día desahuciado, algo frustrado con mis intereses altruistas y un poco triste con la vida. Me preparé un café y el aroma me distrajo un poco mientras leía el periódico; las mismas noticias, los mismos personajes y las mismas intrigas políticas. Leí con detenimiento los clasificados buscando un empleo y entre simples descripciones de ofertas para psicólogos de selección, qué digo, para ratones de selección, capturó mi atención un aviso que ocupaba la cuarta parte de la página que titulaba así:

¿Aburrido de la vida? ¿No le cree a los cursos de auto-liderazgo y superación personal?
Vincúlese a nuestra comunidad y comprenda el poder del amor.

Me dije a mi mismo: ¡Qué carajos! Ya todo lo he intentado ¿Qué podría perder? Me vestí sin bañarme después de averiguar la dirección del lugar y salí sonriente. Pasé por el centro comercial y saqué el dinero para la matrícula -la comida y el transporte del mes- y me importó un comino que no tuviera luego para pagar los servicios. Llegué con tufo de un bareto que me había fumado antes de entrar y amable le pagué a la recepcionista la primera cuota. Me dijo que me sentara y esperara porque en veinte minutos empezaría la primera sesión. Observé que todos los presentes eran jóvenes de rostros tristes y avergonzados. Ninguno miraba al otro, mas bien se distraían jugando con sus manos, de pronto ojeaban alguna revista o miraban el horizonte, absortos en sus propias mentes. Eramos seres frustrados en la vida, sin fábula alguna, convencidos de la ironía racional de la existencia. Me decía a mi mismo recordando una frase, creo que de Efe Gómez: "Vida, cuento narrado por un tonto, posees un gran bien: concluyes pronto". Cuando había decidido irme de ese lugar deprimente la misma recepcionista nos invito a pasar al auditorio.

El lugar distribuía las sillas exactas para los presentes en el salón principal. Frente a éste, una tarima no muy alta nos veía por encima del hombro y un telón permitía la proyección de un pareja, él negro y ella blanca, sonrientes, felices. Comenzaban las nauseas. Luego, un hombre bien vestido y de buen humor empezó su discurso.

Tantas veces hemos pedido al cielo un regalo y tantas veces nos lo hemos negado a sí mismos. Tantas veces comprendemos que la vida es corta y tantas veces cegados por los deseos de un mejor futuro hacemos trisas el aquí y el ahora. Tantas veces nos hemos negado a amar y amarnos, creyéndonos frívolos e irracionales.

Tenía razón. Pero había escuchado millones de veces el mismo cuento que ya era sólo cuento. Luego de un rato se calló y haciéndose a un lado comenzó la proyección de un video. Primera premisa: somos únicos. Segunda premisa: deseamos "lo otro", aquello en lo cual no podemos influir o controlar. Tercera premisa: El miedo es rídiculo. Cuarta premisa: ni la recuerdo. En mi mente fantaseaba con Moisés encima de la montaña, el cielo en llamas y el par de piedras iluminadas por Zeus.

Lo último que escuche antes de huir y no he podido olvidar durante toda esta semana era un error metodológico, así lo comprendí al principio, un equívoco en talleres con naturaleza de choque reflexivo. Anunciaban el último aprendizaje asegurando lo siguiente:

Para los más críticos y racionales... No se responsabilicen por el hambre y la injusticia en el mundo porque cuando se enamoren, les importará poco qué tipo de sociedad es la mejor para conservar la equidad y el desarrollo. Después, comprenderán que no habría hambre si en verdad aprendiéramos a amarnos unos a los otros.

Todavía y siempre seremos niños.

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