Apología a la ridícula dicotomía moral

Para evitarme rectificaciones filosóficas al comentario que intento componer, hago obvia la referencia a Nietzsche frente a su no tan filológico ensayo “Bueno y malo, bueno y malvado” afirmando la proposición latina: Homo sum, humani nihil a me alienum puto – soy humano, nada humano me es ajeno-. Con sorpresa soy espectador de las numerosas y “bien pensadas” opiniones de los periodistas en distintos medios de comunicación sobre la moralidad y sus consecuencias políticas de los testimonios de las personas liberadas del flagelo infernal del secuestro. Se han atrevido a sugerir incluso que los deseos de soluciones pacíficas a la práctica del secuestro son condenables en la medida que devuelven ciertos “discursos subversivos” a la esfera del debate político, y por lo tanto, podría inferirse que otorgarían humanidad a la infinita y diabólica maldad de las guerrillas. Los liberados, para no ser tildados de terroristas o publicistas del terrorismo como Uribe tildó a los periodistas Hollman Morris y Jorge Enrique Botero, deben rectificar y llevar a cabo sobreentendidos sobre su posición moral frente a la guerrilla afirmando “se bien quienes son los malos y quienes son los buenos”. La vulgar dicotomía moral es funcional en contextos de guerra como el que vivimos en Colombia y anudada a la sarta de funcionalidades simbólicas que el actual gobierno y su ineluctable seguridad democrática exhiben en cada una de sus apariciones y comentarios en la esfera de la opinión publica, es imposible disentir de sus acepciones morales condescendidas por la misma santa trinidad del cielo. Los muy expertos periodistas han apelado en ultimo término a la salud mental de los recién liberados, as bajo la manga que inocentes sobre conceptos psicológicos exhiben como un prontuario más de desdichas; ahora padecen del estrés postraumático y adoran a sus captores convirtiéndose en ejemplos vivos del síndrome de Estocolmo.

Lo único cierto en este festín de opiniones que logran desinformar intentado informar a la opinión pública, es que la continuidad de la guerra ha fragmentado a tal punto nuestra memoria y nuestra condición de humanos, que ni siquiera las víctimas del conflicto se escapan al señalamiento político que ahora cubre también sus exámenes morales. El debate moral que el intercambio humanitario ha generado me recuerda la inquisición, y no se cómo es posible que a pesar de la complejidad de nuestra realidad social, continuemos debatiendo en términos maniqueistas el intercambio humanitario, la Seguridad Democrática o la política social. Si los debates no se centran en lo urgente y lo deseable en términos económicos, los convertimos en asuntos morales –qué esta bien y qué esta mal- y ni siquiera acariciamos la ética. Los actores sociales, políticos, militares, víctimas y victimarios, o espectadores –como yo y muchos de los periodistas que no han sido sujetos directos involucrados en el conflicto armado- estamos sujetos a las dinámicas de poder de la sociedad, en la medida que buscamos nuestro beneficio frente a los otros. Lejos de ser una perspectiva egoísta, el sujeto de poder plantea un re-encuentro de la humanidad en el mundo; muchas veces el beneficio propio trasciende la esfera subjetiva para hablar de patriotismo, cultura, derechos humanos, seguridad o revolución. Todos tenemos intereses, nadie fue parido de las entrañas benévolas de dios ni salió con espíritu demoniaco del infierno. Somos producto de la cruenta, violenta, leguleya y confundida historia colombiana, y en esa medida los debates políticos deben trascender la esfera cristiana de pecadores y no pecadores para comenzar a debatir y construir el país en el cual queremos vivir, el futuro donde nuestros hijos puedan vivir sin el deber moral de disculpar sus opiniones para evitar ser confundidos como terroristas, malvados subversivos o uribistas guerreristas, es decir, hablar por fin de ética en la democracia de la que tanto nos jactamos. Ojala en poco tiempo, victimas del desplazamiento forzado o familiares de desaparecidos reciban el mismo despliegue mediático para que el país entero escuché sus desgarradores testimonios también.

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