La Desmemoriada Multitud

Maldita etérea voluntad y sus escurridizas manifestaciones. Mi vida es una lucha contra la mediocridad. Para Aristóteles era una virtud relacionada con el equilibrio, qué ironía. Ojala el viejo hubiese nacido en la modernidad para ver en que quedaba su concepto de equilibrio frente al progreso y la productividad, porque si el término medio en el mundo antiguo era una virtud, hoy es el más despreciable defecto ¡Que lo digan los tibios!

La mediocridad emerge en el lugar donde se encuentran lo posible y lo deseable. Tales encuentros suelen debatirse entre la soledad y la multitud: la primera fría y ocasionalmente grandiosa y la segunda cálida, pero siempre efímera.

El personaje en la encrucijada debería llamarse mi historia porque lo posible se me revolvió con lo deseable. Allí, en aquel lugar de siempre, estábamos los de siempre haciendo lo de siempre. En medio de la multitud indiferenciable en esencia y agrupable en apariencia, el tiempo no paraba de consumir los segundos que en conjunto iban construyendo aquel instante. Ya el tiempo mostraba su estática elasticidad cuando alguien me preguntó: ¿qué esperamos?

Absorto no supe que responder, sabia bien que estaba en ese lugar por unas cuantas razones, pero no recordaba ni la más sencilla. Devolví el día acontecimiento tras acontecimiento, pieza por pieza y probando mi habilidad en reversibilidad temporal me tropecé con sólo una impresión de todos los hechos que logré recordar; ninguno tenía relación, la impresión de cada acontecimiento era tan vacía que en varios intentos de vincularlos no tuve éxito. Se me hacía imposible otorgarles algún sentido. Me había quedado sin memoria.

Era extraño. Recordaba los acontecimientos, pero no comprendía como se encadenaban. De repente, sin entender las lógicas de mi padecimiento, la multitud se me hizo cálida y sus conversaciones me resultaban reconfortantes. Me acerque a uno de ellos y lo salude.

- ¿Cómo estás? no recuerdo tu nombre, pero sé que nos conocemos. Me dijo.
- ¿Cuándo nos conocimos? le pregunté.
- En aquella manifestación, pregonábamos la paz a través de la muerte de los traidores, ¿no lo recuerdas?
- Claro que lo recuerdo, ayer ocurrió, pero me pregunto cómo fue posible semejante contradicción, respondí.

¿Contradicción? Repitió en voz alta toda la multitud deteniendo los asuntos que los tenían ocupados. Ahora conformaban una gran masa de ojos en silencio, y sin escuchar palabra alguna, comprendí que se acercaba el juicio. Ninguno recordaba el sentido de los acontecimientos, ninguno se detenía a preguntarse por lo que vivía y cómo quería vivirlo, y sin embargo, recordaban bien el peligro que representan las contradicciones para la unidad de la multitud.
Minutos antes de escuchar la sentencia de muerte un pensamiento ambiguo ocupaba mi atención. Suponía con cierta reserva que los acontecimientos por sí solos eran inservibles. También, con cierta envidia, me percataba de lo sencillo que es apropiarse del sentido que otros construyen sobre los acontecimientos. Las multitudes se constituyen de sentidos generalizados y singularidades invisibles. Sin embargo, que la multitud y yo viviéramos sin la posibilidad de articular los acontecimientos, me evocaba cierto desconcierto y una ilusa esperanza. Desconcertado me sentía porque ninguno parecía sentirse como yo y esperanzado también porque jamás había sido tan clara la oportunidad de transformación: conscientes de la desmemoria vinculante podíamos decidir cómo vincularnos. Ya era tarde para esas ideas adhesivas.

Nunca antes se me había presentado el virtuoso defecto de la mediocridad tan claro. Mientras me dirijo al lugar de la ejecución, la multitud, olvidadiza y mediocre, grita a coros mi muerte, y yo, presa de la lucidez generada por el inminente fin, me ahogo en mi soledad. Aún me es difícil construir mi memoria, me hace falta el pegante de las piezas. La siempre ausente pasión y la insostenible dedicación son virtudes disfrazadas de genialidades para la multitud de estos tiempos ¿Seré el primer desmemoriado en morir? ¿Habré sido el primero en percatarme del vacío memorial? Creo que no, me esperarán algunos otros como yo ¿en dónde y quiénes me esperan? Otra de las ilusiones que frente a los acontecimientos de la historia sobreviven intactos a pesar del inexorable paso del tiempo: mundos después de la muerte. Con razón nadie se interesa por éste y la manera cómo vivimos aquí. Ya empieza a faltarme el aire y la luz a oscurecerse, y así, tranquilo, ni el remordimiento me afana. Tantos cuentos de túneles y nada que aparece el que quiero cruzar ¿por qué no paro de pensar? Yo creía que aquí iniciaba ese reconfortante eterno silencio. Cuántas voces oigo ¿será la multitud? ¡Esos malditos! Ni muerto me dejan en paz.

Comentarios

PakikoP ha dicho que…
el problema, para mí, no es que dejen de molestar o no (aunque el que molesten produce un severo malestar, sobre todo si molestan toda la vida, luchan, gritan y patalean, aún sin YA saber el por que), el problema real es que la mediocridad y la desmemoria cuando antes eran una opción de vivir a la mitad y con olvidos, hoy día son una necesidad, una condición de vida, UNA OBLIGACION...
estamos obligados a olvidar y obligados a no alcanzar a tope todo lo que queremos... somos mediocres, porque asi nos va mejor y todo es más facil...
pregono yo...
el pregonero ha dicho que…
al revés: cuando superemos la mediocridad y la desmemoria vendrán los visionarios.... más facil? no me interesa, prefiero lo difícil...

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