Llevo unos meses viviendo en carne propia el circo de la política social como servidor público. He observado las reconfortables elaboraciones teóricas para garantizar el estado social de derecho que a las patadas ha querido operativizarse en los territorios de la ciudad capital. Con íntima ironía he presenciado talleres, en todo cuanto tema se le ocurra al desprevenido lector, impartidos a las poblaciones vulnerables con la esperanza de mejorar sus vidas. Con la mayor objetividad posible he repartido cupos en comedores comunitarios y con la menor brevedad posible los he negado también. Soy diestro ahora en mirar a los ojos del usuario que me vomita una sarta de fracasos sólo atento a las contradicciones en su relato para pillarle la verdad que me esconde y así negarle su derechito camino al alcahueta comedor. Así, sin mas, he llegado a odiar la focalización que garantiza en teoría el impacto social del gasto público y he sido testigo fiel de como la universalidad y la integralidad, principios de los derechos, todavía permanecen en el ámbito de los miles de eufemismos políticos. Para cada una de mis frases tendré seguidores y detractores y otros millones ni las entenderán. Pero a pesar de todas las contradicciones hay en la política social todavía algo indiscutible e inexpugnable que incluso conserva elementos místicos: los derechos.

Tanto he escuchado la palabra que ahora me parecen chuecos, circulares, morados, vencidos o trasnochados, pero nunca derechos. Hay un malsabor que me trae la noción del derecho y todo lo que a su alrededor se ha venido construyendo. Nacieron éstos de la gillotina y la rabia contra el bizarro despilfarro de una pareja de jóvenes príncipes y franceses para luego regarse como el hambre por todo el globo. Saltan de ley a decreto, de constitución a pacto internacional, de objetivos milenarios a volantes que bailan con el viento y caen al olvido sobre el cemento. El Gobierno disque los protege, para lo oposición son sus caballos de troya contra el presidente y para todos a quienes se les violan, sueños y esperanzas de un mundo por fin diferente.

Aparecen los derechos como la unidad semántica, judicial y social por excelencia para garantizar la democracia participativa y el desarrollo del estado social de derecho. No hay quien pueda discutirlo sea rojo, azul o uribista. Se discuten las maneras para hacerlos efectivos, los mecanismos para cumplirlos, pero son en sí mismos la creación humana máxima para conseguir un mundo equitativo.

Sin embargo, aunque aparece indiscutible, el berraco derecho es sólo una palabra que se ajusta al interese de quien la usa, no es mas que otra de esas palabras que cargan tantos sentidos que se vuelven absolutamente peligrosas e inoperantes. Se los voy a ilustrar: ¿Merece el asesino el derecho a la vida? ¿Merece el vago el derecho al trabajo? ¿Merece el drogadicto el derecho a la salud? ¿Son justos los derechos? ¿Cuándo y en qué condiciones opera el derecho? El muchacito condenado a 15 años en la modelo por compremeterse a matar al hijo del presidente ¿Tendría el derecho a salir de la cárcel, ahora sí hampón y resentido, a cumplir su promesa? ¿Le colgaríamos la cruz de Boyacá al muchachito que se comprometa a matar al monojojoy aun así vulnere el derecho del viejo guerrillero a vivir? Varios aplauden al paramilitar que limpió de prostitutas, drogadictos y gamines sus pueblos ¿Quién decide si somos ciudadanos de primera o de segunda clase? ¿cuántos derechos tienen los primeros y cuántos los segundos? ¿Por qué gastar tanto en garantizar la reinserción y negar tanto la restitución de los derechos de los desplazados?

Los derechos no son tampoco la bendita palabra elegida para garantizar un mundo justo. Hablémonos claros sin quimeras semánticas. Hay que darla plata al delincuente porque delinquiendo gana mas que siendo honrado, mientras que al pobre hay que darle pescado porque si le enseñamos a pescar se nos acaba el pescado. No hay que darle comida al vago porque se acostumbra al desgano. Es mas fácil negarle el derecho a quien nunca lo ha gozado que al privilegiado abogado que se sabe el itinerario jurídico para cada caso. El asunto radica no tanto en hacer posible la universalidad o la integralidad de los derechos sino mas bien en hacer todavía mas efectivas las razones, técnicas e instituciones que garanticen una convivencia sana y equitativa entre los impredecibles seres humanos convivencia que disponga de los elementos necesarios para el desarrollo integro de cada individuo y punto.

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