La Última Marcha
¡Por el derecho a no tener hambre! Vociferaba la multitud pintoresca. Mares de gente fluían en consignas y coloreaban el paisaje de la ciudad. Se suponía que iba a ser la última marcha, la única que había logrado reunir de manera integral y universal, a todas las poblaciones excluidas y vulnerables. Los edificios de espaldas a la población en protesta cubrían a la mísera monstruosidad marchante del sol apremiante. Cojeaban, rodaban, caminaban con dificultad y retozaban las organizaciones de discapacitados. Un manco con su única mano sostenía el extremo izquierdo del cartel que por su otro extremo era sostenido por un par de novios que padecían de síndrome de Down. Tropezaban con personas en sillas de ruedas y ancianos sucios que rezagados y exhaustos iban quedándose en la cola de la fila infinita de infortunio, mientras el letrero caía por tercera vez al piso cuando los jovencitos sin dios, ni ley ni vergüenza se metían las manos dentro del pantalón y la falda, extraviados por la eufor...